El gran decorador y esteta, muchos dicen que el mejor, fue uno de los animadores culturales más activos de la segunda mitad del siglo XX en España. Aportó imaginación, fantasía, glamour y estilo a una España demasiado triste y gris.
Nació en Cascais, Portugal, en 1923. A los 18 años decidió trasladarse a París, donde se formó durante cinco años como decorador en esa efervescente ciudad de final de la Segunda Guerra mundial. Allí entablaría amistad con Coco Chanel, Elsa Schaparelli, Salvador Dalí, Wallis Simpson duquesa de Windsor o los barones de Rothschild.
Llegó en los años cincuenta a nuestro país donde no había cultura del interiorismo y echó raíces en Madrid y Trujillo. En Madrid compró parte del Palacio de Pinohermoso en Don Pedro 8 junto al Palacio del marqués de Villafranca y en Trujillo el palacio y antiguo convento Chaves-Mendoza, del siglo XVII.
Llegó en los años cincuenta a nuestro país donde no había cultura del interiorismo y echó raíces en Madrid y Trujillo. En Madrid compró parte del Palacio de Pinohermoso en Don Pedro 8 junto al Palacio del marqués de Villafranca y en Trujillo el palacio y antiguo convento Chaves-Mendoza, del siglo XVII.
Sobre la entrada, su casa en la planta principal del Palacio de Pinohermoso. |
Duarte Pinto Coelho recibió la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil en 1989 y la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en 2002. Murió en su casa de Trujillo en 2010 a los 87 años de edad habiendo dispuesto que todos sus bienes se vendieran y que sus beneficios fueran a parar al matrimonio que le cuidó durante décadas y a otros fines benéficos.
El inmueble de Madrid y el de Trujillo fueron puestos a la venta y las colecciones de gran valor artístico fueron subastadas con gran éxito en 800 lotes en la sede de Christie's en Londres el 20 y 21 de julio del 2011.
El inmueble de Madrid y el de Trujillo fueron puestos a la venta y las colecciones de gran valor artístico fueron subastadas con gran éxito en 800 lotes en la sede de Christie's en Londres el 20 y 21 de julio del 2011.
Un mes antes la casa de subastas abrió al público la exposición de dichas colecciones exibiéndolas en el mismo lugar que su propietario había dispuesto para ellas, hecho pionero en España. La sensación que producía la visita era doblemente impresionante. Por un lado la propia belleza de una casa palaciega llena de obras de arte de un gusto extraordinario y por otro la extraña sensación de estar metiendo las narices en los rincones y objetos más personales de una casa vivida hasta hace pocos días por su propietario.
Un Antonio López fue la pieza más cara de la subasta. Entre las numerosas obras de arte había varios BIC inexportables como un pequeño Velázquez y algunas alfombras adquiridas por el Estado español o el órgano barroco que vemos al fondo de la sala que fue adquirido en venta privada por un particular. Cuando él lo compró en 1961 lo celebró con un concierto en su casa a cargo de Ramón González de Amezúa con asistencia de Dalí y del entonces príncipe Juan Carlos.
Pero volvamos a esos oscuros años cincuenta animados por la actividad del decorador en Madrid. Era el perfecto anfitrión. Sus fiestas, cuidadas al detalle, eran el centro de la alta sociedad del momento y por ellas pasaron Truman Capote, María Callas, Henry Kissinger, Ava Gardner, Luis Miguel Dominguín, Lola Flores, Manolo Caracol, Amália Rodrigues ... respirándose alegría y libertad en sus casas.
Con su premisa profesional de que la mayor preocupación debe ser la creación de comodidad y confort tenía un gusto ecléctico, nada purista. Mezclaba sin prejuicios estilos, tradición y modernidad consiguiendo siempre un ambiente refinado, barroco y teatral. No se dejó tentar por el minimalismo, al que consideraba muy incómodo.
Trajo a España un cierto estilo de vida que conoció en los cosmopolitas ambientes parisinos reflejándose en su lema de que una casa debería, al final, parecer como si el mismo decorador nunca la hubiera pisado.
Recepción en la Embajada de España en Londres, decorada por él. |
La lista de clientes de Duarte Pinto Coelho era interminable y mundial, desde la India a Estados Unidos. Además de las obras realizadas en España para su selecta clientela particular, vamos a ver algunos trabajos representativos de interiorismo que realizó para tres importantes edificios madrileños:
ESCUELA SUPERIOR DE CANTO. (Palacio Bauer).
Tras un largo periodo de abandono, en 1972 el Palacio Bauer es declarado BIC. Al año siguiente se inician las obras de acondicionamiento para Escuela Superior de Canto bajo la dirección del arquitecto José Manuel González Valcárcel con la colaboración de Duarte Pinto Coelho en la decoración de interiores. El antiguo salón de baile es transformado en teatro.
PALACIO DEL PARDO.
En 1981 se emprenden las obras de restauración y acondicionamiento del Palacio del Pardo para residencia de Jefes de Estado extranjeros dirigidas por los arquitectos Manuel del Rio Martínez y Juan Hernández Ferrero. La restauración del patio de los Austrias se acometió en 1987 con la misma dirección facultativa y la colaboración de Duarte Pinto Coelho en el interiorismo. Dio un mejor aprovechamiento al patio y lo realzó con la magnífica colección de tapices.
TEATRO REAL.
Foyer del Teatro Real con las columnas revestidas de madera de cedro del Líbano |
Si hay un edificio madrileño con una vida azarosa, ese es el Teatro Real. Dicen los expertos que su buena acústica se debe en parte al terreno arenoso sobre el que se asienta, pero esa es a la vez la razón de haber sufrido tantas reformas, amenazas de ruina y cierres prolongados.
La construcción en 1925 del Metro en el subsuelo de teatro y la explosión de un polvorín abandonado después de la Guerra civil han sido sin duda otros motivos para encontrarnos con la larga lista de cinco reformas a lo largo de su vida.
En la penúltima de ellas realizada en 1966, tras varias décadas cerrado, nos encontramos nuevamente con el arquitecto José Manuel González Valcárcel que reconvierte el teatro en Sala de conciertos.
Con los triples fastos programados para 1992 en Sevilla, Barcelona y Madrid, se cae en la cuenta de que nuestra ciudad no tiene una sala de ópera a la altura de una capitalidad cultural europea y en 1988 se inicia la quinta y esperemos que última reforma del Teatro Real para reconversión en teatro de ópera.
Nuevamente se hace cargo del proyecto José Manuel González Valcárcel al que incorpora a su hijo Jaime. Las obras, de gran envergadura, durarían casi diez años con graves problemas presupuestarios. Madrid tuvo que apañarse con el Teatro de la Zarzuela, como ya venia haciéndolo antes, para su programación operística durante los actos culturales de 1992.
De 1993 a 1995 se hace cargo de la obra Francisco Rodríguez Partearroyo, no sin antes asistir en directo a la muerte de su antecesor por un infarto en 1992. Poco antes de finalizar las obras asiste también a la caída de la histórica lámpara central de araña sobre el patio de butacas. Este no sería el último acto del fantasma de la ópera que allí debe de habitar.
Partearroyo resolvió finalmente todos los complejos aspectos técnicos pendientes en la reforma pero no así los estéticos que fueron muy contestados. Introdujo una visión demasiado alejada de la concepción neoclásica del edificio. El juego de colores osados y materiales que proponía chocó frontalmente con una mentalidad madrileña más conservadora en lo estético y tradicionalmente poco amiga de innovaciones arriesgadas.
Salón Arrieta. Teatro Real |
Se encargó a Duarte Pinto Coelho reconducir la delicada situación: Reutiliza mobiliario clásico de Patrimonio Nacional, entela paredes con ricos tejidos, encarga alfombras a la Real fábrica, recrea en definitiva lo que la gente quería ver en un teatro de ópera. Dicen que salvó el Teatro Real.
Salón Felipe V. Teatro Real. |
Este domingo pude comprobarlo. Nos ofrecieron dos entradas para la desconocida I due Figaro dirigida por Ricardo Mutti y no lo dudé un instante. No iba por allí desde el cierre de 1988, excepto a una reciente visita guiada. A pesar de la nostalgia que aún tenía por sus espacios de la época de los conciertos, lo que vi fuera de la sala no me defraudó nada y estaba a la magnífica altura de lo que escuché dentro.
Rotonda de Carlos III |